Narda Henríquez Ayín, socióloga feminista, es una investigadora y docente que impulsó los estudios de género en el Perú. Sus estudios sobre movimientos sociales y el conflicto armado interno, entre otros, son ampliamente consultados y difundidos. En el año 2020 fue nombrada profesora emérita por la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Una conversación con Narda Henríquez
En el actual escenario electoral se han renovado las ofertas de “mano dura”. ¿Cómo ves este discurso en el contexto de la pandemia?
El discurso de la “mano dura” puede pegar durante la pandemia, la mano dura tiene muchos rostros y expresa la necesidad de orden, algunos de ellos están dispuestos a hacerlo a cualquier costo. En este momento cuando no hay instituciones, no hay lo que llamo mediaciones institucionales, no hay partidos que hagan las mediaciones sociales y políticas, la tendencia a poner orden y a salidas autoritarias está presente. No podemos desconocer el trasfondo de ello: hay mucha gente en condiciones de subsistencia, de sobrevivencia, que incluso se auto explota y quienes explotan a los otros al costo que sea. Gente que va a subsistir como puede porque el Estado no logra darle la salida que necesita y, otros, que están dispuestos a usar y mantener sus privilegios y a que pongan mano dura, incluso a usar la violencia. Lo que está pasando ahora tiene que ver con un Estado fallido, pero también con un mercado fallido; con desigualdades que significan estructuras de oportunidades y de privilegios. Donde hay privilegios, las oportunidades están muy segmentadas. En América Latina las fracturas sociales ya existían, pero ahora, con la pandemia, en países como el Perú, se vuelven profundos abismos y no solamente de carácter estructural, sino también de carácter subjetivo.
¿Cómo explicas esta fractura social?
A lo largo del siglo XX nuestra sociedad experimentó cambios drásticos; tiene lugar lo que he llamado “estallidos del núcleo duro de exclusión”. El núcleo duro conformado por poblaciones en cuyas vidas confluyen condición de pobreza, segregación étnica y discriminación de género. Los hitos claves en este proceso de cambio en Perú en el siglo XX son la reforma agraria, que es una primera forma en que se presentó ese estallido o explosión; el segundo es el conflicto armado; el tercero es el conflicto social de Bagua. Todos vienen desde el campo, son hechos fundamentales en la constitución de una comunidad nacional, pero que no logran centralidad, y son a la vez explosiones e implosiones. Luego, en el siglo XXI los hitos que anuncian cambios son: las demandas por la defensa del estado de derecho que da lugar a la transición, luego las denuncias de corrupción y las movilizaciones por derechos humanos y de jóvenes en las ciudades; una dinámica cívica, la civilidad en acción, en cierto modo confluencia por la demanda de derechos.
A la vez, el país transita de lo rural a lo urbano; actualmente es un país predominantemente urbano, lo cual no ha ido acompañado de un proyecto nacional, más bien “cada uno encuentra su camino como puede”. Las poblaciones que vinieron del campo en los setenta y ochenta, construían la ciudad con la expectativa de que participarían de un proceso de modernización, y lo que vino después fue la guerra. Ni entonces ni ahora se ha zanjado con el papel que tiene en el proyecto nacional el mundo rural, comunal, la pequeña producción agrícola familiar, en los Andes, antes, en la Amazonía ahora, las comunidades nativas, sus cosmovisiones, la diversidad biológica y los ecosistemas...
¿Podrías ampliar en qué sentido Bagua?
Cada uno de los hitos señalados tiene que ver con sujetos y redefiniciones de las relaciones de poder, un potencial de cambio. Bagua es el hito que cambia la relación con la Amazonía, pone en cuestión el papel de las industrias extractivas en la economía nacional, pero también visibiliza un sujeto que estaba allí, pero que nadie lo estaba tomando en cuenta: las poblaciones nativas/indígenas. Digo sujeto en términos del significado histórico, no en sentido de actores o colectivos homogéneos. Las reivindicaciones indígenas lograron reconocimiento desde los ochenta en Naciones Unidas, pero en el Perú no formaban parte de la agenda ni de la conciencia nacional. Y con el conflicto armado ¿qué lecciones aprendimos?: algún debate sobre cómo reconstruimos, cómo rediseñamos la función pública para responder a lo que pasó; hubo un informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, que a pesar de las resistencias logró legitimidad… pero nunca hubo reconstrucción nacional. La reconstrucción de las comunidades afectadas con mayor intensidad, por ejemplo, no forma parte de ningún discurso ni forma parte de la estrategia de reconstrucción nacional, ni entonces ni ahora. Las reparaciones constituyen un programa social para propios y ajenos; el conflicto armado es una conmoción nacional de veinte años que trastoca la vida de poblaciones que, en el imaginario hegemónico, son un “otro” distante y ajeno.
Y esas explosiones y fracturas históricas, ¿cómo se están expresando en nuestra desigualdad actual?
Las fracturas contemporáneas se cimentan en desigualdades preexistentes, se explican por las vulnerabilidades y precariedades cada vez más agudas que se reproducen generacionalmente y que por ejemplo da lugar a que los jóvenes de altos y bajos estratos podrían no conocerse ni establecer vínculo alguno: cada uno viviendo en su mundo de relaciones segmentado, en su propia cápsula social, de privilegios y acaparamiento de oportunidades y, otros, en la precariedad cada vez más aguda, en esa fractura reforzada por la segmentación del mercado laboral y la privatización de servicios públicos masivos.
La salida o las respuestas deberían ser parte del debate político, pero no es así...
¿Cómo salimos de estas desigualdades y fracturas? ¿cómo construir un nosotros? En muchas partes del mundo hay capitalismos progresistas, autoritarismos, populismos conservadores, populismos de izquierda, y también en la región, pero aquí los debates son restringidos. En el Perú las élites, los poderes fácticos, tienen miradas obtusas, no admiten debate ni diálogo sobre temas que en otros países capitalistas y neoliberales procesan, para su propia viabilidad y legitimidad, regulando y redistribuyendo. En ese sentido la colonialidad y dependencia de las mentalidades de las élites conservadoras y, a veces también de algunas progresistas, continúan vigentes, constituyen serias vallas que no permiten el diálogo y debate necesario para un camino nacional viable.
¿Qué estrategias políticas y coaliciones sociales se requieren para hacer viable el país? ¿Hasta qué punto es posible un debate alturado cuando hay temas tabú? Los debates sobre alternativas sistémicas, el bien vivir entre otros fueron parte del discurso o de las medidas de algunos gobiernos en la región andina. En Perú tuvo poco eco este debate. También hay fallas en la izquierda, que asumo como nuestras, tanto en términos políticos, académicos, intelectuales, por ejemplo en los setenta se puso atención a la clase obrera, no así a lo que después se convertiría en la “Informalidad” que incluye talleres productivos, pequeña empresa, poblaciones sin ingresos monetarios.
Lo que hemos tenido como discurso oficial y como oferta política ha sido el modelo del “emprendedor”, el que sale adelante al margen del Estado, el que para ser exitoso pasa por encima de las regulaciones, pasa por encima de todos. Eso empató con un cierto discurso progresista sobre el mundo popular, que celebraba la construcción de una institucionalidad desde los márgenes. Pero esa otra institucionalidad es perversa, se expresa en la explotación que vemos, no la del gran empresariado a los trabajadores, sino del chofer al cobrador de la combi o el caso del familiar no remunerado del taller de confecciones de Gamarra. Es el “déjame trabajar”, el “trabaja y no envidies”.
Hay una lectura parcial de las dinámicas de la informalidad y del emprendedurismo, usualmente centrada en la legalidad/ilegalidad, o en los aspectos delictivos, aquí comentaré más bien las dimensiones sociales. El emprendedor, despliega dinámicas individuales, pero también familiares y colectivas; es un mundo heterogéneo que requiere mayor comprensión de las diversas oleadas, una primera surge de las características históricas del mercado laboral reducido y segmentado, luego crece con las políticas de flexibilización del trabajo y finalmente con la expansión del consumo y los servicios personales en la era de la globalización neoliberal. La pequeña empresa, y la pequeña producción agraria estaba en el radar de la izquierda y de medios especializados, pero no como prioridad. Con la presencia de las corporaciones transnacionales, la pequeña producción y los pequeños poblados y comunidades, deben convivir y negociar o perder, pocas logran redefinir condiciones y resistir, una vez más la fragmentación de la negociación sin proyecto local ni agenda nacional. Allí entró el fujimorismo más fácilmente que la izquierda, y algunos populismos de derecha podrían seguir creciendo.
Entre los grandes poderes como en los pequeños hay tendencias progresivas y regresivas, son décadas en que los grandes poderes lograron consolidarse en base al orden del egoísmo y la angurria y, no están dispuestos a dejar sus privilegios. Mientras que las nuevas generaciones de ciudadanos que, aunque con recursos escasos, conocen de sus derechos y sus expectativas de consumo y realización personal, crecieron. Por ello en estas décadas hay una disputa social en curso agudizada por la pandemia que se expresa en impulsos significativos no siempre sostenidos, a veces reclamos a la función pública, a veces sobre las condiciones de vida. En estos veinte años de expansión económica las élites y los gobernantes podrían haber construido la institucionalidad pública necesaria, una economía con redistribución para lograr condiciones mínimas de subsistencia digna, para superar en parte la deuda histórica de dos siglos, y a la vez permitir que crezcan las fuerzas progresivas, cívicas y democráticas. Pero tenemos amplios sectores de población en condiciones de vulnerabilidad, unos están en el circuito de emprendedores honestos, y otros en un circuito perverso de salir adelante pisando a los demás.
Y es en esas condiciones que nos encuentra la pandemia...
Y ahora la pandemia no nos une, nos divide y encierra; el mayor riesgo es que con la pandemia aparezcan las fuerzas regresivas en cada uno de nosotros y en la vida política. Tenemos que luchar contra esas tendencias que no están solamente en los grandes poderes económicos, también están en los pequeños poderes y en las relaciones personales, es doloroso admitirlo, pero así es. En este siglo hay fuerzas regresivas que están en expansión; en un mundo de esfuerzos individuales y competitividad total, crece ese sentido perverso pero también hay reservas morales, subsisten esfuerzos solidarios como las ollas comunes, las redes de apoyo comunal entre paisanos, las movilizaciones de jóvenes contra el oportunismo y la corrupción...
¿Cuál es tu lectura acerca de las fuerzas progresivas, de las posibilidades de los movimientos sociales? En noviembre último vivimos una fuerte movilización social
Prefiero hablar de movilizaciones en general, más que de movimientos sociales. Las movilizaciones anuncian las tendencias, y eso es muy importante, pero, por sí solas no son las que transforman. En ese sentido las movilizaciones de noviembre son fundamentales, anuncian una tendencia que ojalá se cultive, crezca y se consolide, que llamo impulso institucional, yo espero que ese impulso institucional encuentre uno o varios impulsos sociales. Este impulso social tiene que ver con las cosas que estamos conversando, preguntarnos qué pasa con la alimentación, qué pasa con la salud de todos, y tomar responsabilidad por ello, primero los Estados como parte necesaria del carácter social de la función pública y luego los ciudadanos que nos reconocemos como parte de un mismo destino colectivo.
Hoy, en medio de la pandemia, cada uno se hace cargo de sus necesidades, son acciones de resistencia y sobrevivencia, así las enfermeras luchan por las enfermeras, los estudiantes universitarios regresan a pie a sus pueblos. En ese sentido me pregunto por cómo construir un mensaje en el que todos estemos incluidos y no cada uno negociando su propia subsistencia. Ahora estamos en una etapa dura de resistencia, hay que encontrar mecanismos que nos permitan proyectar iniciativas, ir más allá de la subsistencia y de la resistencia. Tengo la expectativa que frente a la pandemia se encuentren otros horizontes, que se den pasos hacia otras formas solidarias y de justicia. La pandemia nos está mostrando la urgencia de la asistencia, pero ¿qué pasa con las solidaridades como un eje central, resignificado que permita recuperar vínculos con dignidad?.
A la luz de tu trayectoria como una mujer de izquierda, militante, podría sorprender un poco que incidas en la solidaridad y no en la justicia social
Espero cosas muy básicas en este momento de la pandemia, sin renunciar a los principios fundamentales de la igualdad y de la justicia; el principio de justicia e igualdad sigue siendo lo que marca mi ruta. A la vez, me preocupa la ausencia de una narrativa dialogante para todos en la política, no solo para la izquierda, sentidos comunes compartidos de respeto mutuo, de ética pública, de ciudadanos activos que se hagan -que nos hagamos- cargo de las fracturas y tendamos puentes; por ahora eso representa la solidaridad para mí. Ahora me pregunto, después de la pandemia, post pandemia, ¿qué va a quedar como sentidos comunes? ¿los sentidos comunes van a ser de asistencia y caridad? ¿con qué nos quedamos? Las desigualdades suponen una crisis de solidaridades, como dice Dubet, pero también supone Estados que se replegaron en su función de su responsabilidad en términos de la solidaridad sistémica hacia los ciudadanos.
En estas condiciones hay que respaldar las fuerzas que construyen condiciones de convivencia en medio de las diferencias, estado de derecho y sociedad de derechos, fuerzas que produzcan un centro político, no un centro electoral. Me refiero a un centro político, que permita viabilizar un escenario para que las distintas expresiones políticas crezcan, con respeto a la condición humana. Hoy la sociedad está debilitada, devastada y las fuerzas progresivas están también debilitadas. Eso me preocupa seriamente, los circuitos perversos se retroalimentan, incluso la corrupción y el narcotráfico, y se pueden instalar y predominar, fortaleciendo a los sectores más conservadores. Están surgiendo grupos aún más conservadores de lo que hemos conocido hasta ahora, que quieren regresar al pasado, aunque con nuevas etiquetas, como por ejemplo el retroceso en los discursos de moralidad y control de la sexualidad de las mujeres, que buscan de nuevo hacer de la sexualidad un mito y un tabú. Se vienen batallas duras.
Pensando en de dónde partir para dar esas batallas, ¿qué continuidades y transformaciones encuentras en las formas de compromiso con el cambio, más allá de la izquierda, en el progresismo, en los activismos, ahora con un fuerte protagonismo femenino?
La primera y más importante continuidad es el descubrimiento del valor de la persona. Las mujeres descubrimos que, en la izquierda, a la vez que un proyecto colectivo teníamos un proyecto de autonomía de las personas, los derechos de las personas, constitutivo de la construcción democrática. Éste ha sido un aporte del feminismo a la política; una nueva politicidad que surge poco a poco. Entre las mujeres de la izquierda de los setenta, había una intuición, pero no estaba necesariamente en el discurso, entonces tenía un peso muy grande de lo colectivo y las transformaciones estructurales, el mundo de la vida era el subtexto. La enunciación discursiva sobre la autonomía de las mujeres, y las mujeres como sujeto de derechos es una conquista del feminismo, algo sobre lo que los feminismos contemporáneos son muy conscientes. En los setenta había una apuesta libertaria y humanista, más allá de la intención de los colectivos de la época, del mismo modo que ahora los feminismos y colectivos LGBTI son decoloniales, ecologistas y también son portadores de cuestiones sobre sus propias vidas con transgresiones e interpelaciones que nos conciernen más allá de sus intenciones o de que seamos o no feministas.
¿Cuál es hoy el peso del feminismo?
El feminismo es una corriente cultural, y como corriente cultural y política, en sentido amplio, ha tenido varios mensajes que han permeado a la sociedad. Uno de ellos, que ha permeado desde los primeros años y abarca amplios espectros de la sociedad, es el de la no violencia contra la mujer, no al feminicidio, ni las esterilizaciones forzadas, que se expresa en Ni Una Menos. El feminismo de los setenta y los feminismos del siglo XXI siguen dando batallas por rutas relativamente exitosas, logros jurídicos, cuestionamiento de las ideologías patriarcales. Carlos Iván Degregori una vez dijo que la única revolución exitosa del siglo XX ha sido el feminismo. Pero las personas vivimos en contextos específicos, precarios o de abundancia, en austeridad o privilegio, en medio de prácticas racializadas, sexistas. El contexto cuenta, y, las condiciones, oportunidades y libertades también están desigualmente distribuidas. Hay mucho camino por recorrer y hoy los feminismos hablan y dialogan al y con el conjunto de la sociedad y no solo con las mujeres. Los feminismos hoy son agentes globales de cambio que abarcan desde los territorios íntimos de nuestros cuerpos hasta los territorios compartidos del planeta, no sólo somos cuidadoras, somos gestoras de la vida, la nuestra, la de los conciudadanos y la del planeta.
¿Y cómo ves este momento de protagonismo político de las mujeres, en particular en la izquierda local?
En el momento de la transición (diciembre 2020) de pronto salieron las mujeres a la primera fila y no solamente a la segunda fila que es donde siempre hemos estado ¿no? La primera fila en el congreso, la primera fila en los ministerios, ahora tenemos a mujeres como Rocío Silva Santiesteban que hizo un papel excelente los días del entrampamiento, o Verónica Mendoza que en la campaña está haciendo un papel aceptable. Pero algunas cuestiones podrían hacerse mejor, ¿no? pues también podemos repetir estrategias y errores de la izquierda a lo largo de cincuenta años, aprendamos las lecciones y hagamos la autocrítica a tiempo. Es la primera vez en la historia que tenemos un conjunto de mujeres de izquierda en la primera fila de la política, son una nueva generación que representan la esperanza de renovación, ¿podrán hacerlo? ¿podrán hacer pedagogía política? Tengo grandes expectativas sobre todas ellas, en conjunto, y no solo en cada una; espero que representen nuevos mensajes políticos, una corriente cultural alternativa sobre la búsqueda de un nuevo orden social solidario, un mensaje de buen gobierno, la lucha contra la corrupción, con generosidad para hacer fuerza sumando diferencias y excelencias.
Sigo pensando que un país como el Perú, con profundas fracturas, requiere liderazgos intermedios que sean capaces de construir mediaciones sociales e institucionales. Allí donde sólo hay abismos, los liderazgos intermedios son nudos fundamentales del tejido social y político. Hoy hay un doble reto: consolidar y multiplicar esos liderazgos intermedios, jóvenes varones y mujeres, escuchar sus voces, pero también hacer fuerza con quienes están en la primera y segunda fila; son la punta del iceberg, lo que debe consolidarse. Espero mucho de Indira Huilca, Tania Pariona, Marisa Glave, Verónica Mendoza, Mirtha Vásquez, Rocío Silva Santiesteban, al lado de lideresas que resisten a la contaminación en la Amazonía como Teresita Antazú o las tantas anónimas que despliegan labores de cuidado como las profesionales de salud y las señoras de comedores populares, los colectivos de derechos humanos y las colectivas feministas, sus disidencias, performances y propuestas. Espero mucho de estas voluntades y conciencias, en esfuerzos colectivos, que puedan construir un horizonte de futuro, símbolos e imágenes que representen lo nuevo, una nueva existencia, una nueva promesa, una mano solidaria, un nuevo sueño.