En tiempos de Covid-19, el modelo económico de las últimas décadas evidenció todos sus límites. La extrema presión sobre el Estado a propósito de la pandemia de alguna manera aceleró la crisis política, lo que ha dado lugar a la posibilidad de discutir una nueva Constitución. A continuación, nos aproximamos a estos hechos sin mayor pretensión que la de compartir impresiones sobre el escenario político, mediante el terapéutico arte de la conversación.
Virus y Constitución Política
A: Hoy va ganando espacio en la agenda la posibilidad de discutir los términos del pacto social en una nueva constitución, en un momento en que hay una crisis del sistema de representación. Ahora, hay que decir que esta posibilidad, aunque se alimenta de varios debates y factores de la dinámica política, no es el logro de ninguna fuerza política o concertación de voluntades. Es el resultado de la visita de un virus que nadie esperaba y que muy veloz reorientó prioridades del Estado y destapó varias de sus precariedades. Las fórmulas inventadas para cortar su avance -cuarentenas sin recursos- junto a otras para paliar sus efectos -reactivación económica- ampliaron más la brecha entre la ciudadanía y los actores políticos que controlan el Estado.
B: Sí, el virus tiene un gran potencial transformador, pero no tiene voluntad... solo abrió la posibilidad de otro orden y algo tendremos que decir respecto a ese orden… si discutir la nueva normalidad o la nueva convivencia a partir del virus, cedió espacio a la posibilidad de una nueva Constitución.
C: Hace unos pocos meses se le achacaba a la izquierda plantear una nueva Constitución, como un mantra inútil, y ahora parece una demanda de parte importante del espectro político. La demanda de nueva Constitución ha emergido como una salida a la presión social en el Perú y se mueve en un rango muy amplio: desde personajes con afanes electorales que leen el escenario rápido, hasta el muchacho de la primera línea en una marcha, que en un pedazo de triplay tiene escrito “¡Asamblea Constituyente, ya!”. Probablemente lo del muchacho se exprese más un estado de ánimo que un programa político, mientras que en el caso de los políticos que van sumándose a esta demanda aún no muy convencidos, hay un cálculo electoral frente a estos jóvenes “irascibles”.
B: Aunque hay un contagio a partir del ejemplo de Chile, creo que pedir una nueva Constitución viene de lo mal que la hemos pasado bajo el Covid-19 y la extrema presión sobre el Estado, lo que de alguna manera aceleró la crisis política. El modelo económico no nos sirvió para la salud ni para la recuperación económica. La gente si no ha estado enferma, ha estado pasando hambre. La pandemia acabó por desestabilizar al modelo que ya estaba desacreditado por la corrupción de sus defensores y continuadores…por ese tipo particular de corrupción que es posible gracias a la Constitución: la “puerta giratoria”.
A: ¿Y qué tiene que ver esto con que nuestros ex presidentes estén casi en la cárcel?
C: Todos los Presidentes después de Fujimori están con un pie en la cárcel por razones muy similares. Toledo, Alan García, Humala, Kuczynski. Lo común entre ellos es que a su modo cada uno de sus gobiernos prolongó o profundizó eso que Fujimori hace como una declaración de guerra con la Constitución del 93: la instauración de un orden, de un diseño social sin contrapesos en las relaciones laborales, sin Estado en la economía, sin control de los recursos estratégicos, la democracia moderna de la que Fujimori se declara “el arquitecto”.
B: De acuerdo, pero si algo sabemos de historia, hay un proceso de más largo aliento, que es la contrarreforma que arranca con Morales Bermúdez y que siguen Belaúnde y García en relación a todo lo que se había intentado convertir en el Estado y en la sociedad con el gobierno militar de Velasco. De algún modo, lo que se vivió desde Fujimori en adelante, es como el segundo tiempo de esta contrarreforma. El primer tiempo tuvo su momento “democrático”, así entre comillas, con Belaúnde, su momento “populista” con Alan, y luego su cierre o ajuste estructural. El segundo tiempo sigue un ciclo parecido. Ahora estamos en un tercer momento, muy curioso porque lo que define el año electoral de 2016 es contener el regreso de la familia Fujimori al poder. Es un choque dentro de la derecha por definir quién administra al Estado post fujimorista: quiere retomar el fujimorismo, pero no se lo permite la derecha corporativa. Y es muy simbólico que sea Keiko; eso quiere decir que el fujimorismo no puede buscar su continuidad en un heredero político, sino en una heredera de sangre, y es muy interesante que sea su derrota la que termine por acelerar esta debacle que vivimos desde la elección de Kuczynski hasta hoy con Sagasti.
C: ¿Habrá muerto con esto el fujimorismo familiar?
A: Tal vez esta vez sí. También lo que ha pasado en los últimos años es que aunque la conducción del Estado se defina por elecciones y partidos, el conjunto del sistema político se ha ido reduciendo a tal punto que la vida partidaria parece el reparto de sitios en el Congreso o puestos en los gobiernos regionales. Los gobiernos regionales y las curules en el Congreso son vehículos para la gestión de intereses privados, a veces mafiosos, a veces empresariales, habilitando toda clase de corrupción, chica, mediana y grande. Eso terminó por envolver todo lo que hay de institucionalidad en el país.
B: Terrible.
A: Y como el discurso público sobre la política supone siempre la existencia de un sistema y de partidos, hemos terminado todas por creer que ese sistema existe, y no aceptamos, de alguna manera, todos, que eso ya no existe en el país. Que el Congreso como poder de representación existe, pero vaciado, no hay nada. No queremos aceptar que es un colapso, un colapso que también se refleja en la crisis de la pandemia. Estamos en los tres primeros, en los cinco primeros, en los diez primeros puestos de todo lo peor que puede pasar en el mundo, pero seguimos hablando de “volver a la normalidad” o de la “reforma política”.
C: Supongo que también eso tiene que ver con que hemos vivido un ciclo en el que el discurso estatal sobre todo, pero también el de las ongs y el de los propios partidos o colectivos progresistas estuvo marcado por una fuerte concepción liberal sobre los derechos de las personas, un régimen individualizado de derechos que se pueden “ampliar” o hacer avanzar, mientras la estructura general de desigualdad social está intacta. Y creo que el tipo de crecimiento económico que la Constitución habilitó, dio ese curso a las cosas.
A: Es que ahora que todo está en cuestión por la pandemia, aumenta la sensación de precariedad de la vida, aunque esa precariedad se ha hecho normal hace mucho tiempo, en vivienda, en condiciones de trabajo y hoy en salud. Todos estamos bien lindos en la calle, pero de la puerta para adentro, en el cuerpo, en la casa o en el centro de trabajo, incluso aunque la situación se sostenga materialmente, la verdad es que en ese lugar no eres nadie en cuanto a derechos, vales menos que un archivador o un mueble.
B: Por eso pedir una nueva Constitución atrae, porque de algún modo una salida así es reconocer todos que lo actual no funciona. En la medida que se pueda dar salidas prácticas, los que se opongan a este ánimo van a quedar arrinconados. Si más bien se comienza a dar salidas poco prácticas, o impracticables, demasiado ambiciosas, irrealizables, se puede perder terreno. Porque al levantarse la consigna constitucional, a nadie que quiera cambios le parece sensato darle la tarea a las fuerzas políticas actualmente en juego, el resultado podría ser peor que la Constitución del 93. Es un riesgo muy grande para las fuerzas que se han movilizado. Cualquier meta de nueva Constitución tropieza con el hecho del gran desprestigio de los partidos, la sensación de que no hay partidos que representen a la gente y que más bien son un peligro. ¿Cómo salir de esta situación? Algunos proponen una constituyente que no pase por los partidos, sino que responda directamente a la movilización ciudadana. En vez de Congreso Constituyente como el del 92 o una asamblea de partidos del 78, una Asamblea Constituyente que tenga su eje en la ciudadanía y no a los partidos. Ahí entramos a otro espacio donde también están los mismos riesgos, no tan cerrados, pero son un riesgo abierto. Porque, ¿qué fuerzas han mostrado capacidad de movilización en los últimos años? Fuerzas conservadoras, como “Con mis hijos no te metas” o “La marcha por la vida". Frente a ellos, del lado progresista, las feministas han demostrado también gran capacidad de movilización, pero están más bien dispersas, con una parte del movimiento atascado en lógicas de solidaridad y castigo que le restan en su potencia social. Con esas fuerzas en juego, ¿qué podría ocurrir en términos de un momento constituyente?
C: Creo que por ahora los sectores más “establishment” se niegan a esa consigna. Cambiar la Constitución se ha vuelto motivo de terruqueo, otro saldo de Fujimori, que es la polarización del país entre vencedores y vencidos. Todo el que quiera cambiar el país es el vencido, no tiene derecho, es un terruco. Esa es una polarización que queda de las leyes antiterroristas y la ley de la delación. Toda esa estructura que se creó para decir “tú eres terruco, y yo no, “yo te delato”. Las leyes también sirvieron para darle cobertura a una operación más ideológica, que era la de trazar la línea entre vencidos y vencedores. La delación infundió desconfianza en relación al discurso del otro y el campo cultural quedó muy conmocionado en ese esquema, con mucha gente que quedó silenciada o en calidad de sospechosa. Quizá estos antagonismos ya no funcionan con los más jóvenes, en el sentido de que el terruqueo funciona verticalmente, de los mayores hacia los más jóvenes, pero no horizontalmente como en las generaciones anteriores, donde sí funcionó y donde sigue presente la desconfianza, la paranoia, la delación. La gente que se ha movilizado ha nacido en un país sin dictadura, y tuvo su dni en el año 2018, chicos y chicas que han nacido ya en el gobierno de Toledo van a votar en 2021. Es la gente que nos debe jubilar rápido, a la que hay que ayudar a que tome nuestro relevo, porque mucho no pudimos hacernos cargo de todo esto ¿no?