Represión, muerte y memoria de la protesta social. Una historia de mediados del siglo XX que se repite en el Perú del siglo XXI y que llega a nuestros agitados días en la poesía comprometida de Adela Montesinos.

“Vivos están nuestros muertos”: el compromiso poético de Adela Montesinos

Por Lady Rojas Benavente

A buscar en la poesía

una forma de complementar la vida.

Adela Montesinos

Frente a las fuerzas que se imponen por medio de la violencia y del abuso del poder estatal que lleva a la muerte, en ciertos periodos de la historia nacional la poesía se vuelve voz, se convierte en testimonio colectivo y en el baluarte de la vida. Es el caso de “Arequipa, 1950”, un poema que la escritora Adela Montesinos (1910-1976) concibió en plena agitación estudiantil y popular por la defensa democrática de nuestra república. Setenta años después, la movilización nacional en reclamo del respeto a la democracia y en ese marco, el asesinato de dos jóvenes en noviembre de 2020, son la motivación para revisitar este poema y encausar su análisis literario.[1]

Arequipa en 1950

En junio de 1950 Arequipa sufría una severa represión a manos de las fuerzas militares y policiales. La ciudad se había levantado en protesta contra la dictadura de Odría,[2] quien mediante un golpe militar había derrocado al gobierno democrático de Bustamante y Rivero dos años antes, pretendía legitimar su estadía en el poder con una farsa electoral. En ese contexto, la poeta militante Montesinos asume su responsabilidad ético-artística y revela una experiencia que ella misma vivió y sufrió, junto a muchos arequipeños y arequipeñas intrépidas. El poema “Arequipa, 1950” se configura en un espacio de libertad, donde campea la expresión compleja de sentimientos individuales y sociales en relación con el destino de la nación.

Montesinos pinta los sucesos de una batalla popular en las calles de Arequipa al principio del llamado Ochenio, con el fin de denunciar la fase dictatorial de Manuel A. Odría. De hecho, la revuelta registrada en el poema es un hito entre las dos fases del odriísmo (1948-50, 1950-1956).[3] El aliento épico de la lucha de la población arequipeña se reparte en seis largas estrofas con versos de arte menor, en su mayoría octosílabos con pocos hexasílabos y cuatrisílabos, que se combinan con otros de arte mayor, endecasílabos y dodecasílabos. La sustancia temática revolucionaria que los protagonistas van provocando y el ritmo acelerado del texto, hacen eco de la coyuntura político militarista de la década del 50: páginas blancas que se van tiñendo de rojo con la sangre derramada de los jóvenes heroicos.

La muerte viene vestida de galones militares

En el título, Montesinos sintetiza el cronotopo de la acción, la ciudad de Arequipa como espacio público de la batalla y la fecha circunscribe el año. Al interior del poema, se delinean cronológicamente el año, el día y el mes: martes 13 de junio de 1950. A partir del tercer verso, se manifiesta el malestar del sujeto poético. En efecto, echa mano de un léxico donde campea la isotopía de la destrucción con una carga impresionante de los recursos violentos que los militares usan para aniquilar la demostración pacífica de “los pequeños”. El punto de partida de la rebelión civil había sido la huelga de estudiantes del Colegio Nacional Independencia Americana, “pequeños” que reclamaban mejores servicios y exigían la destitución de las autoridades del colegio. La salvaje represión contra ellos provocaría una masiva reacción popular. Montesinos pone en juego de forma magistral la antítesis de valores y actitudes entre los dos enfrentados.

Hoy, martes 13 de junio,

corta la tarde la tranquila

ráfaga de metralla.

La muerte viene vestida

de galones militares

en busca de los pequeños

entraña de nuestra entraña

La personificación de la muerte, que se anuncia en el cuarto verso, se vuelve más elocuente con el grupo nominal, “ráfaga de metralla”, y el atuendo que lleva la autoridad abusiva. Se amplifica este personaje frente al uso atenuante de “los pequeños”, que demuestra la desigualdad y el desequilibrio entre dos agentes. El poderoso y tanático ejército confronta a los hijos, indicados con una hermosa metáfora corporal, “entraña de nuestra entraña”. La significación vital de las madres que las une a sus criaturas, se subraya con ese verso del cuarteto, expandiendo el campo del compromiso erótico y creador de las dadoras de vida.

La primera pregunta versal, “¿Dónde están nuestros pequeños?” abre opciones que van incorporando a otros agentes de la acción comunitaria: “hombres, niños y madres”. El empleo del símbolo se une a la sinécdoque, que se centraliza en el órgano humano del corazón. De este depende la energía, se constituye así en el motor que sustenta la vida humana y da movimiento a todos los miembros de los seres agitados.

¿Dónde están nuestros pequeños?

corazones que corremos

caemos, nos levantamos

calles que nunca terminan

espanto, gritos y ayes.

En este caso, se trata de una población que combate e intenta salvarse del enemigo y sus tretas. El cúmulo de acciones provoca una sucesión de aflicciones en los combatientes, que exteriorizan su enfado y congoja. Todas las partes del cuerpo se involucran en la defensa y la sobrevivencia. El tiempo presente de los verbos inscribe la acción en la realidad histórica y en el problema político que se poetiza. El sujeto individual asume su papel colectivo hablando en voz plural (“nos levantamos”) y permite que las otras mujeres converjan en el plano discursivo y en el de las acciones necesarias que las retrata como luchadoras y mensajeras. Más adelante, en la sexta estrofa, se incrementará esta significación, en dos versos: “mujeres de barricada,/ madres de temple y coraje”

La antítesis refuerza una segunda pregunta que opone a los dos contrincantes, el de la usurpación del poder que ejerce la violencia, por un lado, y el de la rebeldía popular que expresa el desconcierto, la lucha y la pena, por el otro. Se toma conciencia que los agentes del ejército han perdido la ligazón vital y esencial que los unía a sus madres.

¡Oh!, muerte uniformada

¿En dónde tienes entrañas?

Aparece una tercera pregunta (“¿Cómo responden las madres?”) que permite narrar cómo algunas han subido al campanario y colaboran, desde lo alto de la iglesia, enviando con sus manos un mensaje auditivo sobre el ataque. Suena “el repique de campanas en arrebato”, una gran tradición religiosa que, en este caso preciso, se vuelve una incitación a la respuesta política.

Si en la primera estrofa se personifica a la muerte todopoderosa, en la segunda estrofa, la más larga del poema, un elemento temporal del día testimonia el afrontamiento y absorbe la emoción humana, cambiando su condición.

es la luz de la alborada

que se cegó por la angustia.

Una imagen del primer momento, luminoso, cambia completamente a lo opuesto: la luz perdió la visión como consecuencia del ataque. Luego el énfasis se pone en la destrucción, de un lado, y en la defensa valiente, del otro.

Aquí estamos.

Las balas que van y vienen,

--

caen muertos, caen presos,

--

Nadie corre de la muerte

y la sangre a borbotones

derramada que salpica

se convierte en cruces rojas.

Se ha desatado la violencia indeterminada. El verbo caer, que en la primera estrofa alentaba a ponerse de pie y continuar, en este caso condena a los participantes a convertirse en “cruces rojas” por la muerte y a ser prisioneros de las autoridades. La imagen torrencial de la sangre con su color bermejo contrasta con la Ciudad Blanca que se oscurece con la vida sacrificada de sus hijos, entregados a salvar a la patria. La repetición incesante del contraste de color, traza el vaivén de la lucha.

Quedaron vivos los muertos

Los militares atacaron con sus sables y balas a los escolares, y al pueblo arequipeño organizado. El sujeto épico subraya cómo, a través de la heroicidad, su ejemplo quedará impreso en la memoria de familiares sobrevivientes.[4] La paradoja “quedando vivos los muertos” indica perfectamente el papel redentor de los caidos en la Historia nacional. Si los militares atacaron para aniquilar la revolución, y lo lograron, Arequipa sabe quiénes cayeron muertos y quiénes combatieron por su honor. Ellos seguirían vivos actuando en la memoria colectiva.[5]

Solo mata a quien ataca,

quedando vivos los muertos

sin sangre y con pedestales.

La tercera estrofa, la más corta del poema, condensa el sentido más importante del texto de Montesinos. Todos los patriotas de la Ciudad Blanca acudieron a esa cita memorable en donde expusieron el pellejo para salvar a sus hijos y resistir ante la furia desencadenada de los militares. Con el tono solemne del acontecimiento belicoso, las enumeraciones de los versos, marcan la cadencia de la solidaridad popular con una justa causa.

Arequipeños ilustres,

Preclaros antecesores,

obreros y campesinos,

mujeres de barricada,

nubes, cielo, chicha, sol

y humeante picantería,

todos en pie de combate

defendiendo a estos pequeños

que jugaban a ser hombres

cuando la muerte cortó

sus sueños, sus esperanzas,

su risa, con la metralla.

El verso que sirve de columna vertebral de la cuarta estrofa exclama, “la batalla es dura y cruenta”. Es el desenlace trágico del manifiesto abuso del poder de parte de las autoridades y sus compinches armados. En la quinta estrofa, Adela Montesinos cuestiona el orden imperante que a mansalva destruye las ilusiones de una república en la que los jóvenes ocupen un espacio, tengan derecho a denunciar las injusticias en las calles y se pronuncien por el destino de su país. Una denuncia plenamente vigente hoy.

La muerte, otra vez la muerte

con pasos de militares

inicia su gran masacre

contra este pueblo indefenso

Montesinos apoya poéticamente una empresa popular política. En la poética de la acción, su texto subversivo esclarece una revuelta en contra del poder militar que dejó muertos de ambos lados. A pesar de no contar con armamento sofisticado, el pueblo arequipeño contraatacó son simples materiales, con un estupor que lo empujó a actuar:

Todos en pie de combate,

un rifle para mil hombres,

botellas llenas de odio

y piedras sirven de balas…

Para concluir el texto, la poeta testimoniante acude a ciertos signos de la peruanidad en la sexta estrofa, estableciendo su credo artístico, ético y democrático. Tanto los cuerpos de los arequipeños, como sus casas, sufrieron ataques, pero enarbolan un tipo de triunfo que los vuelve verdaderos ciudadanos de una verdad histórica.

…con el pecho abierto

iluminado de gloria

cubriendo nuestras ventanas

de banderas enlutadas

Todos decimos bien alto

que no podrán terminar

con nuestras almas peruanas.

Vivos están nuestros muertos,

sin sangre y con pedestales.

El legado de Adela Montesinos

“En Arequipa, 1950”, la poeta muestra de forma clara las relaciones entre el arte de poetizar y el contexto histórico de una nación que no acepta la intrusión de los militares para resolver los conflictos que le aquejan y que expone a graves violaciones a los derechos humanos a una población indefensa. Además, en este texto Adela Montesinos propone una nueva genealogía en la que las madres, sujetos de lucha, agentes de cambios y parteras de vida, toman parte activa en la Historia de Arequipa y del Perú.

Voz plural antihegemónica, Montesinos se posiciona frente a la violencia estructural y su maquinaria de muerte en nuestro país, cuyas venas se siguen desangrando cada que un-a joven es abatido-a por reclamar nuestros legítimos derechos. Al incursionar en el meollo de la batalla, el sujeto poético sensibiliza al lector, lo convoca a la indignación y sobre todo, a reflexionar sobre hechos socio-políticos que incitaron a cambios urgentes.[6]

Tanto las estrategias retóricas del lenguaje épico y dramático, el lirismo con el que retrata a las madres, como los razonamientos lógicos, expresan la absoluta libertad de Adela Montesinos, una intelectual comprometida con la esperanza de que, mediante la resistencia activa, se puede transformar la realidad. La literatura de Montesinos dio la cara a experiencias históricas y humanas cruciales de su tiempo y hasta hoy, a ciento diez años de su nacimiento, sigue alentando el proyecto de una coexistencia nacional pacífica y respetuosa. En la medida en que desde la docencia y desde la crítica incentivemos en las jóvenes generaciones el estudio de su poesía comprometida, valoraremos mejor el papel artístico, ético y político de la arequipeña Adela Montesinos en el destino de nuestros pueblos.


[1] Dra. Lady Rojas Benavente. Profesora emérita de Concordia University, Montreal, Canadá. Una versión de este texto fue presentada durante el homenaje a Adela Montesinos, celebrado el 12 de diciembre de 2020 durante el II Encuentro Internacional de Escritoras Arequipa, Tu voz existe.

[2] La corrupción militar, el poder de la oligarquía y la represión política durante los dos periodos de Odría son abordados por Mario Vargas Llosa en Conversación en la catedral (1969).

[3] La candidatura de Ernesto Montagne, único competidor de Odría, había sido desestimada por autoridades electorales sumisas al régimen días antes del levantamiento. Tras aplastar Arequipa, a inicios de julio, Odría ganó las elecciones como candidato único.

[4] Carlos Bellido y Arturo Villegas, integrantes de una comisión designada para negociar el cese de las hostilidades, fueron asesinados a balazos cuando se dirigían a cumplir el encargo, bandera blanca en mano, lo que desató enorme indignación.

[5] La revolución del 50 y la memoria de esos hechos, fueron determinantes cinco años más tarde, cuando se produce en Arequipa un nuevo levantamiento, que acelera el fin de la dictadura odriísta. Para una visión panorámica de la lucha, véase La insurrección de Arequipa de junio de 1950, de Guillermo W. Coloma Elías.

[6] En otro ensayo me he ocupado de la inquietud poética de Montesinos acerca de la situación económica crítica del Perú y la indiferencia gubernamental. Véase, “Adela Montesinos: Poeta de 1940”, en Voces Revista Cultural de Lima 27, 7, 2006: 48-49.